Nuestra Costosa Cultura

Tener educación no es sólo contar con una profesión o un oficio, sino también tener la capacidad de comunicarse fluidamente y expresar ideas, opiniones fundamentadas y claras, y saber enfrentar decisiones, aunque éstas sean ingratas.

Un amigo extranjero residente en Chile me comentaba su frustración de no poder entender a nuestros compatriotas en conversaciones informales y a veces formales. Si bien su lenguaje materno no es el español, tuvo la oportunidad de pasar por otra nación de habla castellana por algunos años y creía dominar bien el idioma. Sin embargo, llegó a nuestro país y se encontró con un lenguaje difícil de asimilar, ambiguo, donde se usan comúnmente palabras que no conducen a soluciones o las posponen indefinidamente. Una misma palabra puede tener distintos sentidos, según como se expresa, cómo se finaliza o cómo va acompañada. Sólo a modo de ejemplo me nombró algunas palabras y expresiones que le siguen confundiendo.

Cuando en una reunión surge un tema complejo y alguien le dice “veámoslo”, éste no será resuelto, al menos en esa instancia. Si se topa con alguien conocido y éste le dice “te llamo”, probablemente quiere sacarlo rápido de enfrente y no lo llamará nunca. “Hablemos” es lo mismo que decirle hasta luego. “Cómo está la familia” es que no se acuerda del nombre de su señora y “saludos” es una despedida y probablemente olvidó su nombre. “Veámonos” es demostrar intención de saludarlo la próxima vez que se crucen en la calle. Hay una gran diferencia si al saludar a una persona le pregunta “¿cómo está?”, que irá acompañado de “usted” y “don” para referirse a su nombre en señal de respeto, pero que también puede interpretarse como sumisión si tienen edades similares. Si le pregunta “¿cómo estás?”, que es formal, puede demostrar educación, formalidad o simplemente marcar cierta distancia sin menospreciarlo. Si le preguntan “como estai”, definitivamente está en una relación de confianza, pero también puede ser considerado vulgar o chabacano. No se equivoque.

Los tiempos son otros en complejidades en materia de comunicación. La expresión “altiro” probablemente lo sacará de apuros. “Más rato” es cuando se acuerde. “Un minuto” significa algunas horas; “un par de horas” es mañana. Si le dicen “mañana”, hágase la idea de una semana. Si le dicen “una semana”, coordine otra reunión para recordarle. Sin embargo, nuestra principal deficiencia, según esta misma persona, es nuestra incapacidad a decir que “no” a algo que no interesa o no gusta. Existen infinitas palabras y expresiones para evadir la expresión de esa voluntad. “Te llamo”, “te confirmo”, “déjame verlo”, “qué interesante”, “déjame pensarlo”, “lo voy a estudiar”, “lo voy a conversar con mis socios o señora”, según sea el caso. Son todas evasivas de un simple “no”. La pérdida de tiempo esperando una respuesta definitiva puede llevarlo a la frustración, ya que normalmente no lo van a llamar y hasta quizás no le contesten el llamado antes que tener que enfrentarlo y decirle simplemente “no”.

Esto que parece simplemente cultural tiene tremendos costos para la sociedad; es un reflejo de las discusiones sociales vigentes y que van directamente relacionadas con temas como la educación, la economía, la idiosincrasia y la cultura del país. Es que frente a respuestas ambiguas y evasivas, la sociedad potencia una cultura de desconfianza hacia la contraparte que nos lleva a generar costos transaccionales gigantescos. ¿Cuántas horas al día consumimos leyendo e-mails en que somos copiados simplemente para amarrar a otros en sus compromisos o viceversa? Las notarías que mandan a sacar las firmas a las oficinas de sus clientes “buenos” sin la presencia del notario, testigos truchos, declaraciones formales para todos los actos, denuncias en Carabineros con presencia física del afectado en vez de una simple declaración por la web. En fin, los ejemplos son infinitos y los costos para la sociedad gigantescos.