Transparencia y el sentido de la Navidad

El 25 de diciembre es una fecha que es festivo en la mayoría de los países occidentales e incluso, en otras latitudes. El origen de esta festividad es un acontecimiento histórico de connotaciones religiosas. Para los cristianos, es la conmemoración del nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre y representa el amor de Dios hacia la humanidad que ha venido a la tierra a mostrar el camino de la salvación.

Esta época en que a veces tanta publicidad y marketing nos hacen perder de vista el significado de esta celebración, igualmente podemos volvernos a lo esencial, reflexionar respecto de nuestra existencia y nuestra convivencia social. 
Sin duda, independientemente del credo que profesemos o de nuestra filosofía, existe un mundo antes y otro después de Cristo. El mundo que se conocía dejó de ser el mismo después de la expansión del Cristianismo, y con el devenir de los siglos se ha ido haciendo, poco a poco más humano, aunque a veces con retrocesos.

Ya en medio de su vida pública ese niño que nació un 25 de diciembre nos regaló el famoso Sermón de la Montaña que nos recuerda que “No se enciende una vela para ponerla bajo del celemín, sino sobre el candelero, y de esta forma alumbrar a todos los que están en casa”. Que mejor explicación para la transparencia, que viene siendo la vela que permite iluminar lo que está oscuro, que hace que lo oculto se vea y, por sobre todo, que alumbra, es decir, nos muestra cosas que sin ella no podríamos ni siquiera ver. 
La transparencia es, culturalmente hablando, algo nuevo en nuestro país, y su implementación, cumplimiento y respeto no ha sido una tarea fácil. Y esto se debe principalmente a dos causas. La primera es consecuencia de años de vivir un verdadero secretismo en al ámbito público. Y la segunda, el tener que luchar contra un fenómeno cultural, muy propio de nuestro país, como es el no ser transparentes en nuestras relaciones sociales, no decir aquello que verdad estamos pensando, el tan nuestro de “nos vemos”, “te llamo”. La mezcla de ambas cosas ha llevado que la cultura de la transparencia no sea fácil de instaurar y vivir y, por el contrario, estemos llenos de “cumpli-mientos”, es decir, se cumple en la forma pero se miente. Ejemplos nos sobran: al postular a un subsidio, en la obtención de una licencia médica, en el “falsificativo” escolar, al completar -nuestros hombres públicos- sus declaraciones de intereses, certificados de carrera falsos y un gran etcétera.

Además, la transparencia, fuera de iluminar y alumbrar, tiene un fin claramente preventivo. En la oscuridad es más fácil pasar oculto, delinquir, engañar y ocultar. Que distinto sería nuestro actuar si supiéramos que nos están viendo, que nuestro actuar puede ser expuesto a la luz, que nuestras declaraciones serán analizadas o escrutinadas, que nuestros datos y afirmaciones chequeadas y contrastadas.

Cuando no existe esa luz, la transparencia, nos llenamos de oscuridad, de dobles discursos, de la cultura del vivo, del tramposo e irrumpe entonces, campante, la corrupción que ataca y destruye el sentido mismo de la política y el buen gobierno: ya no se busca el beneficio de todos sino el propio, a partir de un cargo, de una posición, de un conocido, de un fin torcido. Y, lo que es aun más grave, la corrupción suele afectar a quienes más necesitan de los buenos políticos, del buen gobierno. Experiencias sobran en el mundo y también en nuestro país.

Pienso que si pusiéramos la transparencia muy arriba dentro de nuestra cultura ciudadana y si, además, fuera nuestro actuar y decir “sí, sí o No, no”; que distinta sería la visión que tendríamos en Chile de la política y, con el perdón de muchos, de los políticos. Creo que la transparencia y la sinceridad son dos virtudes, a veces muy olvidadas, que pueden ayudar a reencantar a la ciudadanía con el quehacer político.

El contrato social que hemos establecido para organizarnos como sociedad, implica de suyo un comportamiento acorde con la ética. No existe un estado en el mundo que sea capaz de vigilar a sus ciudadanos en el desarrollo de todas sus actividades todo el tiempo. Es necesario que cada uno ponga sus valores al servicio de los demás.